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IGNACIO ITURRIA EN AREQUIPA

Publicado: 2014-05-12

El Centro Cultural Peruano Norteamericano ha tenido el acierto de traer, como parte de sus celebraciones por sus sesenta años, a un artista de porte internacional como Ignacio Iturria. Más allá de su trayectoria, puedo, o podemos decir que el artista uruguayo es un artista de verdad; no necesita de sesudas, derridianas o lacanianas explicaciones para que se aprecie su trabajo, basta con que sus telas se soporten de manera convencional en la pared, a la altura adecuada para ser vistas, con esa modestia que caracteriza a muchas obras de arte. Asistir a una muestra pocas veces despierta eso que, nosotros los legos en arte contemporáneo, entendemos por placer, con todo lo que esa palabra acertadamente encierra, Iturria hace soportable mayo.

Con el catálogo al costado, luego de haber esperado que el día protocolar de la inauguración pase para que la exposición se abra a todo público, y liberado de esa ansiedad de estar frente a un Iturria, es que me permito desgajar algunas palabras, de manera subjetiva claro está, amparado en las impresiones que me ha causado el tener el privilegio de haber paseado por esas dos salas colmadas de dieciocho piezas engarzadas imaginariamente con el título “Arqueología Cotidiana”.

Quien no ha revisado las comisuras de los sillones o sofás buscando algo, una moneda, una etiqueta, un lapicero o cualquier coso perdido u olvidado, confirmamos con ese encuentro que alguien estuvo antes allí, que un objeto de uso recurrente es tan vital como aquel que lo usa. Y eso lo traigo a colación porque mi primera experiencia con la obra de Iturria fue enfrentarme a esos “sofás monstruos” –como los denominó cariñosamente un amigo mío– en la página web del autor. Esta muestra trae consigo gran parte de ese imaginario que ha caracterizado al artista: muebles, estructuras urbanas, su lavabo, diminutos personajes, sus prístinos paquidermos, rostros, rostros y más rostros. Toda esa variedad de símbolos que forman parte del inventario de uno, que nos trasfiguran a todos.

Informalista o no, la técnica de Iturria, gracias a la cadenciosa agresión del espatulado en tela, tiene esa suficiente carga de sinceridad que invita al placer de contemplar, de descifrar cada milímetro de su ritmo, de su texturada energía. Sus personajes, están colocados ahí, directamente del chisquete del óleo, como poderosos relieves que se asoman, que toman posesión de ese espacio que ocupan tanto en la tela como allá afuera. La experiencia del artista con el óleo es notable, consciente de la fragilidad de los materiales, como la vida misma, es que imprime toda esa posibilidad en cada surco, en cada trazo, en cada línea, en cada desgarro, en cada rincón de su tela para que esta se imprima en nuestras memorias.

Sin título, óleo sobre tela, 100 x 80 cm.

Lo matérico se hace urgente, como esas necesarias muestras que se requieren justificar una excavación a nuestro entendimiento, el óleo como un recurso, de los muchos que hay, para decir algo, explicarnos que la cotidianeidad, a pesar de su reptante y angustiante proceso, es una confirmación de la vitalidad gracias a la posibilidad que encierra y desencadena cada suceso. Iturria gratamente transita desde lo literal hasta lo metafórico (S/T | óleo sobre tela | 80 x 69.5 cm de esa desaparecida estación del tren que aún está en movimiento con todo y ocupantes hasta S/T | óleo sobre tela | 100 x 80 cm de esa torta coronada por esa pareja de novios pronta a ser fagocitada por la costumbre), desde lo racional hasta lo poético (EL SACAPUNTAS | óleo sobre tela | 80 x 101 cm integrando una naturaleza muerta en una mesa con todo lo que ella puede soportar, hasta el portentoso MIS RINCONES | óleo sobre tela | 150 x 190 cm que acoge cuatro estructuras móviles, como cochecitos para llevar, que evocan espacios íntimos, vacíos de personas pero con sus rastros mientras que en una de ellas, en la que curiosamente tiene forma circular, se asoma, con esa comodidad propia de su porte, un elefante que alimenta con su larga trompa un lavatorio). El artista uruguayo ofrece con creces ese acercamiento, esa develación de poder encontrarnos con esa región tan infinita que somos nosotros mismos.

Se entiende que se pida permiso al vigilante para ingresar a ver las obras, se entiende que se asomen suspicacias al porqué se visita tanto la muestra después de los robos que sufrió el Museo de Arte Contemporáneo de nuestra ciudad; pero nos consuela tener en la mesa de noche el catálogo correctamente editado, para ver y rever las reproducciones, hasta que el hartazgo se rinda, que pierda su consistencia y se esfume, se diluya frente a esas tantas e infinitas lecturas que ofrecen las imágenes de la obra contundente y mágica de Ignacio Iturria, obra felizmente condenada, a pesar de sus grandes formatos, al abrazo, al sincero abrazo.


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