Hasta pronto Gabito
Cumplía con mi sacra siesta, en versión extendida por la licencia de un feriado católico del que no me quejo, me llamó Pablo, supuse que para hacerme recuerdo de entregar lo acordado al diario donde colaboramos, pero antes de darme las últimas directivas, algo apenado, me dijo: “…ha muerto hoy Gabito”, guarde silencio y respondí: “…una pena, se veía venir”, cambiamos de tema como queriendo espantar la idea de la muerte, como si la muerte fuera una mosca que se posa para recordarnos que puede desovar en cualquier momento.
Después de contemplar “llamada finalizada” en el verde de mi celular, calibre la mirada en lo blanco del techo de mi habitación, en ese blanco de los trajes que gustaba llevar García Márquez en varias ceremonias protocolares, el blanco de su visita, después de tanto tiempo, a su Aracataca querida para confirmar que el telégrafo de su padre aun resonaba en esa afectuosa bienvenida, ese blanco que eran las canas merecidas que ganaba con el tiempo y la fama. Gabo ha muerto y no niego que estoy apenado, apenado por que preferí siempre los libros del nobel colombiano a los de mi nobel compatriota Vargas Llosa, que me imaginaba una réplica aracateña, alla en el setenta y seis (dos años antes de que este servidor viniera al mundo, a Dios gracias, sin cola de cerdo) a la trompada arequipeña por esos asuntos personales que son eufemísticos trapitos que sólo se lavan en casa.
Que preferí a Gabito que a Marito, pero que me voy de farra siempre con Onetti y Cortázar; la calidad literaria de los primeros dos es incuestionable, pero uno escoge a sus amigos y no a su familia. Era obligatorio en clases de Géneros Periodísticos leer a los dos Nobeles, me resultaba menos tediosa la vitalidad e imaginación que irradiaba García Márquez a la voracidad técnica y sesudez en la que estaban fraguadas las obras de Vargas Llosa. Confesión de parte, después de que se me entregará mi consolidado de calificaciones no pude releerlos, ni “Cien años de Soledad” ni “La Casa Verde”, es como si todos los de mi promoción en la universidad estuviéramos signados, o apellidados, por esos dos linajes, como si la casa macondiana o verde fueran esas casas aromadas con naftalina que respetamos tanto. El curso de los años nos permite buscar a nuestros iguales, a nuestros semejantes como reza ese tango versionara soberbiamente por Liliana Vitale “¡No ves que sos mi semejante! / A ver probemos, hermano loco salvar el alma cuanto antes”. Otra confesión de parte: Uno busca y siempre encuentra.
Con lo anterior no niego la calidad como escritor de García Márquez, siempre he respetado sus textos pero he sido irrespetuoso con los gabofilos, aquellos émulos preñados con todo ese imaginario y cadenciados por su estilo, huelga decir lo mismo por los varguitas junior, aquellos que todo el tiempo festejan su nacionalidad arequipense, alaban sus apariciones en público, declaraciones y abrazos a primeras damas. En las declaraciones del Nobel peruano sobre el deceso de su colega el desencaje en el semblante era evidente, Gabo era poco menos de diez años mayor que él, y debe acongojarlo el saberse solo, literal y literariamente solo, generacionalmente, de eso que la prensa, los numerosos tirajes, Barral Editores y Carmen Balcells (mítica agente que habla de una nueva religión: “el gabismo”) llamaban “Boom Latinoamericano”.
Gabo ha muerto, palabra e imaginación se van con él, tres días de duelo han sido declarados en Colombia a ritmo de vallenato del que tanto gustaba su escritor símbolo. El duelo a escala mundial tiene para más y adjetivos como prodigioso, portentoso y eterno colmaran especiales dedicados a su trayectoria y obra. Era un escritor a tiempo completo que dejó el Derecho para entregarse completamente a su pasión siendo fiel a la respuesta que diera a la pregunta que le hiciera alguna vez Mario Vargas Llosa en los sesenta: “…para que crees que sirves tú como escritor”, Gabo responde: “Yo tengo la impresión de que empecé a ser escritor cuando me di cuenta que no servía para nada. Ahora, no sé si desgraciada o afortunadamente, creo que es una función subversiva, ¿verdad? en el sentido de que no conozco ninguna buena literatura que sirva para exaltar valores establecidos”.
Hace no mucho se fueron Juan Gelman y Álvaro Mutis (este último gran amigo y confesor de García Márquez), es como si la muerte mostrara su poderío sobre la materia, pero es también como si la muerte evidenciara que todos parten pero que solamente algunos dejan legado y se permiten quedar para siempre. Descansa en paz Gabo, descansa contento de saber que no correrás la misma suerte de Vargas Vila, compatriota escritor tuyo, que te asustaba e invocabas tanto porque creías que podrías ser un olvidado como él. Hasta pronto Gabito.